MINNEAPOLIS.- Gloria Torres-Herbeck se aplica la vacuna contra la gripe cada temporada. Pero la maestra de 53 años de Rochester, Minnesota, aún no está convencida de querer estar primera en la fila para una contra COVID-19.
“No soy muy mayor, pero no soy tan fuerte como otras personas”, dijo. “Por eso, necesito ser realista sobre mi situación. ¿Quiero participar en algo que podría ponerme en riesgo? ”
La Administración de Drogas y Alimentos (FDA) ya otorgó la autorización de uso de emergencia para una vacuna y está considerando la aprobación de una segunda.
Mientras tanto, funcionarios de salud pública de todo el país se preparan para lo que podría ser tan desafiante como la distribución de la vacuna: persuadir a comunidades que han sido duramente afectadas por el virus, familias de bajos ingresos, personas de raza negra y latinos (de cualquier raza) de que se vacunen.
Sin embargo, funcionarios creen que algunas zonas tienen ventaja. Rochester, en Minnesota, sede de la Clínica Mayo, es uno de ellas. La Rochester Healthy Community Partnership ha estado trabajando para reducir las disparidades de salud en las comunidades de inmigrantes del área, residentes somalíes, hispanos, camboyanos, sursudaneses y etíopes, durante 15 años.
La asociación está compuesta por investigadores y proveedores de salud de Mayo, funcionarios de salud pública del condado y voluntarios comunitarios como Torres-Herbeck, quien emigró desde México hace 27 años.
“Cuando la pandemia impactó en marzo, nos dimos cuenta que con estas alianzas de larga data estábamos en una posición única por la confianza construida a lo largo de los años entre los expertos de Mayo y sus socios comunitarios”, dijo el doctor Mark Wieland, quien apoya al grupo y estudia el impacto de estas asociaciones.
Aunque hasta ahora solo se ha recopilado evidencia preliminar, hay indicios de que desde que comenzaron estos esfuerzos, Rochester ha aumentado las pruebas para COVID-19, ha mejorado el rastreo de contactos y ha impulsado comportamientos preventivos como el uso de máscaras y el distanciamiento físico en estas comunidades vulnerables, agregó Wieland.
El grupo espera que esos primeros éxitos sean un buen augurio para la aceptación de la vacuna.
Aprendiendo del sarampión
La asociación de Rochester apuesta por un enfoque de sentido común que se centra en valores compartidos, transparencia y comunicación clara.
Es una estrategia que ha tenido éxito en el pasado.
Cuando una epidemia de sarampión golpeó a la población somalí en Minneapolis-St. Paul, en 2017, la Clínica Mayo se acercó a los líderes comunitarios de los 25,000 inmigrantes somalíes que viven en el área de Rochester.
Muchos tenían miedo de vacunarse por la falsa presunción de que la vacuna podría causar autismo, y las tasas de vacunación eran bajas en la comunidad. Médicos realizaron reuniones públicas en mezquitas y centros comunitarios, respondiendo preguntas sobre la seguridad de las vacunas y asegurando a los residentes que no había evidencia científica de un vínculo con el autismo.
Actores somalíes crearon videos de YouTube para ayudar a abordar preocupaciones comunes. Al final, no se registraron casos de sarampión en el condado de Olmsted, hogar de Rochester.
Hace aproximadamente un año, y a pedido de un rabino, el doctor Robert Jacobson, director médico del Programa de Ciencias de la Salud de la Población en la Clínica Mayo, visitó una comunidad judía ortodoxa en Nueva York en la que el rechazo a la vacuna estaba generando otro brote de sarampión. Ayudó a líderes de la atención médica a disipar preocupaciones.
“Los judíos ortodoxos de esa comunidad rechazaban esa vacuna por la misma razón por la que la recomendamos”, dijo Jacobson. “Estaban tratando de proteger a sus hijos”.
Los esfuerzos de líderes judíos, expertos en salud pública como Jacobson y legisladores que endurecieron las leyes sobre exenciones de vacunas, ayudaron a sofocar el brote.
Desde marzo, la asociación de Rochester ha transmitido mensajes similares sobre COVID-19. El miedo o los malentendidos fueron un problema al comienzo de la pandemia. Los miembros de las comunidades de inmigrantes colgaban cuando los llamaban del departamento de salud.
Entonces, la asociación desarrolló mensajes en varios idiomas para explicar la importancia de esas llamadas telefónicas. Resolvieron problemas de comunicación. Por ejemplo, en somalí se usa la misma palabra para “resfriado” y “gripe”.
Ahora, menos gente cuelga.
Los miembros de esta alianza “son expertos en las sutilezas de sus comunidades”, observó Wieland.
Cuando el grupo se enteró de que muchos inmigrantes se sentían intimidados por las pruebas de COVID-19 y no estaban seguros de la logística, recomendó simplificar el proceso: ahora, videos con líderes comunitarios en las redes sociales dirigen a las personas a los sitios de prueba. Una vez allí, cualquiera que no hable inglés puede realizar la prueba sin necesidad de identificación ni tarjeta de seguro médico.
Faltaba el “por qué”
Solo el 40% de los adultos mayores de raza negra y el 51% de los hispanos mayores dijeron que probablemente se vacunarían contra COVID-19, en comparación con el 63% de los blancos no hispanos mayores, reveló una encuesta de la Universidad de Michigan.
Sus preocupaciones reflejan las de Torres-Herbeck: qué tan bien funciona la vacuna o qué tan segura es.
Una encuesta aún más reciente de personas de todas las edades para COVID Collaborative, un grupo de defensa de salud, mostró que la confianza en la seguridad de las vacunas es tan baja como el 14% para los afroamericanos y el 34% para los latinos.
Los adultos mayores dijeron que les gustaría recibir recomendaciones de personas en las que confían, según la encuesta de Michigan. Y los afroamericanos tienen el doble de probabilidades de confiar en voceros de su propia raza, reveló la otra encuesta.
La ventaja de grupos como la asociación de Rochester es que sus miembros son mensajeros de confianza.
Torres-Herbeck contó que había estado hablando con un jardinero que no usaba máscara. Ella le explicó que COVID-19 es un virus y cómo se propaga. El jardinero se sorprendió y se puso un cubrebocas.
A menudo, los funcionarios de salud pública ofrecen instrucciones sobre cómo actuar y qué hacer, como usar una máscara y lavarse las manos, pero no explican por qué, dijo Torres-Herbeck.
Sin embargo, no se trata solo de difundir hechos. Centrarse en los valores compartidos es clave para generar confianza. Cuando Adeline Abbenyi, gerente del programa de Mayo Clinic para el Centro de Investigación sobre Equidad Saludable y Participación Comunitaria, dijo que su madre, que nunca había temido a las vacunas, dudaba en recibir una vacuna COVID-19, Jacobson entendió.
“Muchos de nosotros sentimos lo mismo”, dijo Jacobson en una reunión por Zoom. “Participo del optimismo de que tendremos una vacuna que sea segura y efectiva, pero no la usaré hasta que vea esa evidencia”.
Es normal que la gente dude, no son anti-vacunas. Los médicos y enfermeras que están recibiendo las primeras dosis probablemente ayudarán a muchas personas a superar esa vacilación, agregó.
De hecho, Torres-Herbeck dijo que lo que la persuadiría a ella de vacunarse es ver a Jacobson recibir la vacuna.
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